
Gestión de desastres naturales
Gestores de vidas, destinos, afanes, sueños, valores, ilusiones. Conocimientos dedicados a brindar conocimientos, formación para formar, integradores de seres humanos, mundo de responsabilidades, conciencia de ciudadanos, cultura de la responsabilidad desde el ejemplo, la idea de patria: los honores a la bandera, los héroes, la historia. Aula, microcosmos de la sociedad, en el centro un maestro con la herramienta de su voz, pizarrón, conocimientos, autoridad moral. El microcosmos se vuelve universo, los compañeros, amigos de recorrido, de juegos, de estudio, ensayo de conflictos y de sus soluciones. Una maestra, un maestro nos esperó cada jornada….sus lecciones por fortuna no terminan.
El papel de la escuela pública como espacio de convivencia abierta en donde, uniformados todos, se perdían los distingos y sólo se establecían las clasificaciones que correspondían al rendimiento, personalidad y temperamento de cada cual. Escuela pública que afirmaba su calidad pedagógica y académica –recuerdo la Secundaria Federal Profr. Froylán Parroquín García, de fines de la década de 1960- los maestros de entonces, Agueda Bernal, Pina Castañeda, Rosa Núñez, Melgarejo, y otros tantos, prestigiaban la institución con sus clases, ejemplo, presentación, pulcritud. La lucha era por ganar un lugar en la Secundaria Federal porque se sabía que su nivel era el mejor.
Desollaban las tendencias, las inclinaciones de los alumnos y sus áreas de interés para continuar estudios, se perfilaban los maestros, abogados, ingenieros, médicos, etc. La escuela como laboratorio de vida, primera sociedad de la que se era miembro activo fuera de la familia. La autoridad, en sus distintos niveles, constituido por el maestro y la Dirección; los encausadores, como instancias de mediación; los prefectos a manera de mecanismos de vigilancia; las guardias de aseo, formas de autogestión, en fin…
No puedo resistir, en esta nostalgia, referir parte de un poema de Octavio Paz llamado Nocturno de San Ildefonso: “…Plaza del zócalo, vasta como firmamento: espacio diáfano, frontón de ecos.
Allí inventamos, entre Aliocha K, y Julián S., sinos de relámpago cara al siglo y sus camarillas.
Nos arrastra el viento del pensamiento, el viento verbal, el viento que juega con espejos, señor de reflejos, constructor de ciudades de aire, geometrías suspendidas del hilo de la razón.
Gusanos gigantes: amarillos tranvías apagados eses y zetas: un auto loco, insecto de ojos malignos.
Ideas, frutos al alcance de la mano. Frutos: astros. Arden. Arde, árbol de pólvora, el diálogo adolescente, súbito armazón chamuscado.
12 veces golpea el puño de bronce de las torres. La noche estalla en pedazos, los junta luego y a sí misma, intacta, se une.
Nos dispersamos, no allá en la plaza con sus trenes quemados, aquí, sobre esta página: letras petrificadas.
El muchacho que camina por este poema, entre San Ildefonso y el Zócalo, es el hombre que lo escribe: esta página también es una caminata nocturna.
Aquí encarnan los espectros amigos, las ideas se disipan. El bien, quisimos el bien: enderezar al mundo. No nos faltó entereza: nos faltó humildad.
Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia. Preceptos y conceptos, soberbia de teólogos: golpear con la cruz, fundar con sangre, levantar la casa con ladrillos de crimen, decretar la comunión obligatoria.
Algunos se convirtieron en secretarios de los secretarios del Secretario General del Infierno.
La rabia se volvió filosofía, su baba ha cubierto al planeta. La razón descendió a la tierra, tomó la forma del patíbulo –y la adoran millones…”
El poema se refiere a los años preparatorianos de Octavio Paz. Alude a las reflexiones que vivía él con sus compañeros, el diálogo adolecente, como lo refiere en su poema. Igual que él, quisimos el bien y lo seguimos buscando, y buscamos que para ello no nos falte ni la humildad ni la entereza necesarios. La generación a la que pertenezco está en esa responsabilidad de cumplir su papel para la democracia del país, que fue nuestro gran reclamo. Recuerdo a mis maestros.