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Ambición política o política de ambición
@vsamuelpalma
Los últimos años han puesto en evidencia una tendencia en la vida pública que puede identificarse por la mudanza de la ambición política, a la política de ambiciones, lo que ha generado un gran deterioro de las instituciones.
Llama la atención, por ejemplo, que quienes hasta hace poco tiempo encabezaron algunos de los principales partidos se han sumado a otras formaciones políticas; es el caso de Felipe Calderón en el PAN, o de Andrés Manuel López Obrador en el PRD. El traslado de militantes destacados entre partidos ocurre cada vez con más frecuencia, y se crea un frente que asocia la izquierda con la derecha, sin ningún pudor ideológico.
Las fugas de partidarios de un partido a otro, más de quienes fueron sus dirigentes, muestra que la consistencia de las instituciones y la congruencia de quienes participaron en ellas se encuentra desquebrajado; más aún cuando ya nos encontramos en una etapa de un sistema plural de partidos, y atrás quedó la vieja hegemonía del PRI, pues en esta fase la idea de construir una democracia consolidada y el aliento a la competencia política daba el sustento de la salida del PRI para arribar a otras formaciones, como sucedió en la etapa del Frente Democrático Nacional con Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y Porfirio Muñoz Ledo, entre otros. ¿Pero ahora?
Con todos sus defectos, la democracia contemporánea mexicana se asienta en un régimen plural de partidos y de carácter competitivo, de tal suerte que los argumentos empleados para formar o consolidar a otras fuerzas políticas, ya no pueden ser empleados en un nuevo éxodo que acaba por desfundar a los partidos y de exhibirlos por su fragilidad e inconsistencia.
No, la ambición política que es normal como aspiración para arribar a posiciones de poder a fin de impulsar proyectos y propuestas de gobierno en torno a ideales y convicciones; sí, la política dominada por las ambiciones personales y patrimoniales, ha lastimado la vida pública convirtiendo a los partidos en agencias de colocación y a expensas de dirigentes que son administradores de la venta de cargos que se entregan a los más poderosos.
Se desdibujan los partidos y sus fronteras ideológicas, convirtiendo a la política en un mercado que se entrega a los mejores postores. Las campañas políticas, se convierten en torneos de gasto y de lucha para la compra de estructuras electorales. De esta forma, el propósito del financiamiento público a los partidos se vuelve ingenuo, pues además de él se absorben aportaciones inconfesables, haciendo de los comicios verdaderos torneos de gasto que no puede impedir la debilidad de la regulación de los órganos electorales.
La ambición instalada como principio, convierte a la política en un simple medio, y así se asemeja a cualquier negocio que se guía por la ganancia económica. La política se convierte en empresa y los partidos en agencias. Esta lógica perversa ya se manifiesta en los prolegómenos de las elecciones del 2018, en donde se mira a los partidos a la espera de resolver candidaturas, y los aspirantes especulan en donde presentar su candidatura, en un partido o en otro, pues se conciben como una especie de trampolines desde donde catapultar los anhelos de riqueza y poder.
Así, arriban a los cargos públicos personas sin formación, se realizan gestiones o administraciones de gobierno sin resultados, legisladores que se venden, discursos huecos, trayectorias vergonzosas.
Es imprescindible recuperar la política como profesión y vocación, la auténtica política como el instrumento de la sociedad para organizar, ordenar sus intereses y poner en marcha la capacidad del Estado. Se trata de una política de principios y de políticos que los honren, de partidos consistentes; es decir, evitar un camino que se llevó por un barranco, el de los políticos de ocasión, el de los partidos-persona, el del enriquecimiento y la corrupción que acabó por encender la llama de la política de la ambición.