
Gestión de desastres naturales
No salimos de una cuando ya entramos en otra. A mí, que muchas veces me toca recorrer las calles de Campo Florido porque ahí está la escuela de mis nietas, me da verdadera pena aunada a coraje, al observar que las bolsas de basura se acumulan y los desperdicios muchas veces son presa de los perros que por ahí deambulan y aquello se convierte en muladar de bolsas destazadas y de basura regada a cada esquina.
Todo porque, según me dicen los vecinos, el camión recolector que debería pasar tres veces a la semana, sólo llega cuando se le da la gana, desconozco si al chofer de la unidad, o a las autoridades municipales. El caso es que las bolsas están tiradas en el clásico desorden de que tan sólo las lanzaron y ahí se termina de pudrir el contenido de las bolsas de plástico fáciles de romper ante el asedio de perros y ratas casi del mismo tamaño unos y otras.
Y ni hablar del estado lastimoso de las calles estrechas y sinuosas de por sí, algunas de ellas que en tiempos lejanos debieron ser empedradas, otras con un asfalto o cemento de tantos años que lo que les queda de esa capa es más fino que la piel de cebolla. A veces, es verdad, se aparecen por ahí brigadas de hombres que rellenan con cascajo aquellos hoyancos, pero la mayoría de ellos no acaban de ser rellenados cuando el paso de los autos los vuelve a vaciar, de manera que no hay arreglo que valga. Y eso han de decirse los señores autoridad en el municipio, por lo que deben haberse despreocupado, si es que alguna vez se ocuparon de alguna cosa, cualquiera que esta sea.
De noche no suelo acudir a la colonia Campo Florido, pero quienes ahí viven dicen que de no ser las luces de los vehículos que transitan por esas calles, no hay otra luz que ilumine esos parajes, ya que si alguna vez tuvieron luz pública, esta se extinguió y puede uno imaginarse que podría hasta darse el caso de que como el ayuntamiento no suele pagar la luz, la oscuridad de Campo Florido se deba al enorme adeudo del ayuntamiento con la CFE… a eso, y a la falta de imaginación de los colonos que ni dándoles el ejemplo el propio municipio, se animan a poner “diablitos” y robarse la luz.
Aunque lo cierto es que no sólo no hay luz, tampoco hay farolas… O sea, es la negra e irremediable oscuridad. Y como todo –lo malo— se da en ciertas zonas de Cuernavaca, tenemos también que a los habitantes de Campo Florido les racionan el agua. “Llega cuando quiere”, me dicen. Por eso están felices ahora que empezó la temporada de lluvia y con ella tendrán la posibilidad de almacenar una poca, así sea para bañarse a jicarazos, tal como el futbolista sugirió.