
Gestión de desastres naturales
Las calles son el albergue que los resguarda, un cielo inseguro, el techado que los cubre y la luna su astro que paso a paso lo acompaña y los alumbra aún en la noche más obscura. Caritas sucias, pequeños cuerpos cubiertos de harapos rotos, cabellos desaliñados, rostros inocentes dibujado la sonrisa más sincera, ojos con destellos de vida y un destino que sangra y llora.
Infantes que forman de nuestra sociedad, a los que hemos preferido ignorar. Ellos duendes que caminan por las calles, cruzando puentes, abrigando su cuerpo debajo de las coladeras, o de la vía del tren, sosteniendo una caja de chicles, limpiando los parabrisas, haciendo malabares, o disfrazándose de payasitos. Irrumpiendo su quietud al preferir la calle a cambio de los maltratos y el abandono que experimentaron durante los primeros años de vida.
Para ellos, las enfermedades están prohibidas, no hay dinero ni medicamento para la curación de sus males, resisten el frío y la noche más temible. Almas de niños que sublevan todos los maltratos de malandrines que los explotan y el despotismo que enfrentan por nosotros diariamente.
Ellos desconocen la alegría de la celebración del día del niño o de una navidad en familia, no disfrutan el goce de quebrar una piñata llena de dulces, mucho menos juguetes o visitas a parques recreativos, seguramente han fantaseado estar sentados en uno de los tantos restaurantes infantiles, comiendo de un solo bocado una enorme hamburguesa con papas o saboreando poco a poco un helado.