Abelina López, de vendedora de pan a presidenta municipal de Acapulco
La suma de todos los venenos
La desaparición de los 43 de Ayotzinapa no es sólo un caso criminal, es una tragedia que ha provocado la peor crisis del sexenio; un horror por demás complejo.
No sólo se trata de conocer la verdad jurídica detrás el secuestro de los normalistas victimizados por policías en contubernio con sicarios, sino también de explicar el pantano de venenos en el cual se hunden las instituciones municipales, estatales y federales.
El Procurador General de la República pide no comer ansias –lo cual suena a desprecio para los padres, familiares y compañeros de las víctimas–; marchas y manifestaciones, bloqueos de carreteras y toma de estaciones radiofónicas expresan la demanda justiciera unánime; el nuevo gobernador de Guerrero pide una tregua a los agraviados; el Presidente de la Republica recibe en Los Pinos a familiares carcomidos por la desesperación; funcionarios federales viajan a Washington para explicar lo inexplicable ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; desde el Vaticano, el Papa Francisco ora por las almas de las víctimas y sus familias…
Lo urgente –sin duda– es encontrar vivos o muertos a los desaparecidos, pero el esfuerzo de la mayor investigación realizada hasta ahora por la PGR para descubrir el paradero de los jóvenes secuestrados no debe alejarnos del fondo que carcome las entrañas institucionales.
Primero está el tema de la justicia. Nada se agota con la aparición de los jóvenes, como nada se ha resuelto con la salida de Ángel Aguirre Rivero, ni terminará con la eventual captura del ex alcalde de Iguala.
México y el mundo demandan aclarar y castigar no Luman.﷽﷽﷽﷽incipio,etotualesos, “iliares de los 43 de Ayotzinapa: lo fue explicarsólo a los responsables materiales e intelectuales del secuestro de los estudiantes, sino lo más difícil, acabar de rezar el último misterio de un rosario de errores, omisiones, corrupciones y pecados criminales.
El Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) no detectó los focos rojos encendidos por las acciones ilícitas cometidas por el alcalde José Luis Abarca, y sí lo hizo, lo ignoró; el PRD, apremiado por la insaciable búsqueda de triunfos políticos no revisó la reputación de su candidato impresentable; el gobernador Ángel Aguirre no hizo algo para impedir la fuga del edil; la PGR tardó una eternidad en reaccionar; el presidente Peña Nieto falló al medir el tamaño de la crisis al acotarla, en un principio, sólo al ámbito guerrerense.
Así, todo los venenos suman.
A nadie sorprende la negligencia de unos y otros quienes propician el imperio de la impunidad, el cual corroe los cimientos institucionales.
Por eso, la historia nacional se muerde la cola sin importar el arribo o la renuncia de tales o cuales funcionarios…
Este pavoroso caso no tendrá final feliz aún cuando exista una leve esperanza de encontrar vivos los desaparecidos. No habrá justicia si no pagan los culpables materiales e intelectuales del crimen. Tampoco acabará la impunidad, mientras no conozcamos la identidad de los muertos sin identidad, sin nombre ni apellido, los cuales sí aparecen uno y otro día, y a quienes nadie buscaba en aquel cementerio… donde muchos quisieran ver reposar a tantos vivos.
EL MONJE LOCO: Tres argumentos llevaron a Los Pinos los familiares de los “43 de Ayotzinapa”: enfocar las investigaciones sobre la premisa de que los estudiantes se encuentran vivos y no en fosas o lechos de río y represas, que no se criminalice a los normalistas con el pretexto de la infiltración del crimen organizado en las aulas, y lo más difícil, la reparación del daño irremediable…
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