![](https://morelos.quadratin.com.mx/www/wp-content/uploads/2025/02/IMG_5861-107x70.jpeg)
Cuauhtémoc marca la ruta
Nos ha invitado a la fiesta porque nos considera parte de su familia y quiere que estemos presentes en las bodas de oro de sus abuelitos. Comemos, bebemos y bailamos. El tiempo se ha ido volando, ha caído la noche. Pide que no nos retiremos, que por favor nos quedemos un rato más porque nos tiene preparada una sorpresa.
-Denme sus celulares. Prohibido usarlos a partir de ahorita.
Despojados de nuestros aparatos, somos guiados a la parte trasera de la casa, donde sus tíos, primos y conocidos juegan dominó. Nos presenta y presume que “ya llegó la reta”. Una mesa, cuatro sillas, dos ceniceros, una libreta y una pluma es lo único que ambienta el lugar. Nada de música, nada de alcohol.
-Pasen muchachos. A ver si es cierto lo que dice mi sobrina, que ustedes saben jugar.
En efecto, nos ha sorprendido. En primera porque mi amigo y yo no jugamos desde hace muchos años. Y en segunda porque somos los más jóvenes. La pareja conformada por sus tíos Armando y Pedro está invicta; ninguna de las otras seis parejas ha podido con ellos. Se nos advierte que no hay apuestas y que es a 100 puntos, que es por mero gusto a la tradición de jugar dominó. Sin embargo, se sabe que el orgullo cala.
Tomamos asiento. Se hace la sopa. Cada uno de los cuatro elige sus siete fichas. Sale el señor Armando con la mula de seis, mi compañero despacha un seis-cinco. El señor Pedro, con voz seria, pronuncia lo impensable: “paso”. Me acuesto con la mula de cinco. El señor Armando coloca un cinco-tres, mi compañero tapa el tres con la ficha del seis-tres. “Paso”. La primera partida no dura mucho, ganamos por 25 puntos.
Todo es silencio. Gestos y miradas serenas rodean la mesa. Nuestros contrincantes son unas piedras, ninguna mueca. Nosotros hacemos lo mismo. Se hace la sopa. Sale mi compañero con la mula de cuatro, el señor Pedro pasa. Sí, vuelve a pasar en su primera tirada. Coloco un cuatro-blanca, y el señor Armando también pasa. Termina la partida, sumamos otros 55 puntos; 80-0. Estaban repletos de fichas altas.
Fumamos los cuatro, siendo el señor Pedro quien está más tenso. Todavía no exhala el humo cuando da otra rápida bocanada a su cigarro. El señor Armando tiene la vista clavada en las fichas, como queriendo encontrar explicación a lo que está sucediendo. Nosotros ni nos inmutamos.
Viene la tercera sopa. Salimos. La partida ha sido fluida, nadie ha pasado, no obstante la última tirada nos corresponde, ganamos. Ellos no lograron sacar las mulas del seis y cinco. 22 puntos más para nuestra causa; 102 puntos. Han perdido el invicto, además de caer con un zapatote. Se levantan de la mesa felicitándonos y se marchan hacia una esquina, donde comienzan a reclamarse mutuamente.
-No estabas concentrado.
-Tuvimos mala suerte.
Antes de comenzar la ronda contra otra pareja, el señor Armando se nos acerca para decirnos que jugamos bien, para preguntarnos dónde aprendimos. Tanto mi amigo como yo de nuestros papás. “¿En qué momento dejamos de inculcarles esto a nuestros hijos?”, expresa el señor Pedro. “Son otros tiempos. Ya no nos damos la oportunidad de convivir viejos y jóvenes, de aprender juntos. Mira, el dominó es un claro ejemplo”, revira el señor Armando. “Y las bodas de oro de sus padres son otro ejemplo”, señala mi amigo.
-No hablemos de amor, ni de esas cosas. Juguemos dominó.
-Juguemos pues.
Convivencia y aprendizaje se extendieron hasta el amanecer.