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Presenta Luz Dary Quevedo Copa Naranja de fútbol femenil
Al equipo de Del Bosque de nada le sirvió adelantarse en el marcador con un penalti que se sacó de la chistera Diego Costa. Holanda se vengó con saña de la derrota de hace cuatro años en Sudáfrica y con Robben al frente dejó a España en tanga, como un muñeco de trapo a merced de un adversario que en el segundo tiempo fue la marabunta. No hubo español reconocible. Ni una migaja de ese equipo que ha competido de forma sublime desde la Eurocopa de Viena. España fue una hemorragia, calamitosa en todas sus líneas y terminó por los suelos, como un guiñapo. Casillas no era ni la peor sombra de Casillas, Ramos no era Ramos, Iniesta no era Iniesta… Así, uno tras otro. Costa no fue una solución y en la costa de Casillas todo fue un esperpento. Fue algo más que una mala tarde; fue una sesión de terror.
Resultaba increíble pensar que el gol del empate de Van Persie, al filo del descanso, pudiera tener un efecto tan devastador para un equipo como el español, curtido y que se les sabe casi todas. El tanto del capitán holandés fue el preludio de lo que iba a llegar. Ante un centro lateral de Blind, Piqué no se escalonó bien con Ramos, el andaluz despegó tarde y Casillas se quedó planchado ante la llegada del rival. La ejecución de Van Persie, con un cabezazo en vaselina sobre Iker, fue soberbia. Dos pasos atrás del portero español y Holanda no hubiera cantado bingo.
Antes del vuelo de Van Persie, a España le había costado dar con las primeras teclas del partido. Quizá porque no se esperara que Van Gaal subiera varios escalones su defensa de tres centrales y dos laterales y kilométricos. El seleccionador holandés, sabedor de que para su adversario el centro del campo no es un apeadero cualquiera, quiso convertir en un zulo esa zona vital para La Roja. Ahí cuece todo, pero el tapete del Arena Fonte Nova quedó reducido a un minifundio en el que no había forma de que corriera el aire. España no tenía metros para pensar y Holanda tenía a Diego Costa a varias cuadras de su portero. Al oriundo brasileño ya le conocen en su tierra, le han tomado la matrícula y en cada intervención es abucheado con estruendo.
Costa condicionó el juego español, que, en ocasiones, abusó de su referencia. Como le costaba la transición por falta de espacios, Piqué puso el borroso guion inicial: la pelota en vuelo hacia el delantero de Lagarto, al que intentaban arrestar tres centrales, Vlaar y dos jovenzuelos como Martins Indi y De Vrij. Con Costa como diana, España no encontraba soltura, se veía atrofiada, sin la chispa del toque que le distingue. Holanda, además, le puso en guardia con un mano a mano de Sneijder con Casillas, que el capitán español resolvió con un manotazo a la pelota, un guiño a Robben y sus tiempos en Johanesburgo. Otro espejismo de lo que estaba por llegar. Máxime cuando Xavi filtró un pase para Costa y este hizo lo imposible y mucho más para que De Vrij picara como un pardillo. Alonso, tan errático anoche en el pase, al menos acertó en el penalti. De inmediato, Silva se midió a solas con el meta holandés, pero se quedó corto al querer elevar la pelota sobre su flequillo. En un parpadeo, el gol de Van Persie.
Por lo visto, el intermedio no sirvió de sosiego. Holanda creyó en sí misma y a España, a esta España de cuajo, se le aflojaron las piernas de forma misteriosa. Se resquebrajó en todas las zonas del campo y a gente como Robben y Van Persie no conviene darle ánimos. El primero se la debía a sí mismo, víctima de Casillas como se fue de Johanesburgo. En Bahía le ganó el duelo más que con creces, hasta el punto de lograr que el capitán español se hiciera un nudo en el cuarto gol, el segundo de Van Persie, y le faltara contundencia en el tercero, el de De Vrij, por más que tuviera algo de razón en reclamar falta de Van Persie. Holanda sacudía por todos los lados, España estaba fundida, sin que la entrada de Torres y Pedro supusiera un alivio.
A punto para el desguace, el campeón solo confió en que el tiempo menguara y menguara. Ahora le tocará sentarse en el diván y mirarse al espejo. De él depende discernir si es un problema de arrugas competitivas o solo un día infernal. El tiempo dirá, pero en Bahía no pudo defender ni su estilo. No tuvo tablón al que agarrarse.