
Gestión de desastres naturales
¿DE QUIÉN FUE LA IDEA?
Marco Licinio Craso dejó el adjetivo de aplicación universal por una acción equivocada, evidente e irreparable, incluso dícese imperdonable al punto de hoy señalar su nombre para referir el error transformado en horror.
Craso era aristócrata de los más ricos. Pero avaro insaciable como ningún otro, a veces especulador afortunado y decíase propietario de tantos inmuebles como de media Roma.
Ademas se jadeaba en minas de plata y decenas de esclavos al amparo del poder desproporcionado. Sin embargo Craso encumbrado perdió los límites y cuando quiso rebasarse a sí mismo jugó su carta sobre el entonces empobrecido general Julio César.
Ambos junto a Pompeyo conformaron el primer triunvirato sobre la reducta república y el Senado acotado ante la fuerza de las poderosas legiones armadas.
Craso, Julio César y Pompeyo se repartieron el mundo de acuerdo a ideas políticas, posiciones en el gobierno romano e influencias como preámbulo de lo que después sería el acabose de la democracia.
Al ver recuperado y enriquecido como nunca a César después de sus campañas en las galias, Craso intentó emularlo y llevó guarniciones de soldados a Persia donde creyó encontraría una fortuna nunca antes apilada. Cegado por la avaricia trasladó 39 mil hombres sin consentimiento del Senado.
Tras rechazar una oferta de ayuda del rey de Armenia, Artavasdes II, marchó directamente por la Mesopotamia sobre la llanura sin tomar en cuenta la vulnerabilidad de sus tropas en campo abierto.
Cerca del pequeño pueblo de Carras se enfrentó a un ejército parto al mando de Surena, quien a pesar de llevar amplia inferioridad numérica en tropas rodeó a la fuerza romana y la destruyó casi completamente.
Cegado por la ambición, prepotencia y autoritarismo Craso acabó con todo su poder y ni un vasto ejército le sirvió para salvarse de la destrucción.
Su muerte significó el final del Primer Triunvirato y abrió la futura guerra civil entre Cayo Julio César y Cneo Pompeyo Magno, misma que ganó el primero para dar cobijo a la dictadura romana.
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La sensibilidad ciudadana está a flor de piel por la peor tragedia para cientos de familias que hoy duermen a la entemperie o albergues.
Las imágenes de casas, templos, escuelas y negocios en escombros abonaron al dolor de los ahora desposeídos, generador de una revuelta de apoyo sin precedente, de tal magnitud que en pocas horas habia excedentes de víveres en la mayoría de las comunidades afectadas, no obstante el desorden de la descordinación.
En efecto hubo un galimatías en la cesión de ayuda humanitaria procedente de varias entidades y la Ciudad de México so impulso de una sociedad acostumbrada a solidarizarse en la adversidad.
Enviar a la Policía Morelos (el Mando Único) a detener camiones con apoyo donado fue un error craso, de sobrada prepotencia, grosero para quienes apoyan desde afuera al estado y delator de la concepción sobre la ciudadanía desde el centro de mando.
El gobernador Graco Ramírez sobrepasó los límites de la tolerancia de un pueblo lastimado. Más aún, levantó indignación en toda la república y el extranjero con réplicas de protestas, groseros comentarios hacia él por la decisión de tratar a los donantes como delincuentes.
Nunca se había visto que un gobierno dispusiera de la policía para detener ayuda humanitaria como si los conductores llevaran droga o armas en los contenedores.
Cierto, el abasto de víveres estaba desproporcionado y generaba confictos viales, pero en vez de llamar a la coordinación sensata o alzar el liderazgo entre la desgracia, optaron por hacer gala de la soberbia, llamar “turistas de sismo” a los miles de voluntarios e impulsar la opresión.
La esposa del gobernador y titular del DIF, Elena Cepeda, se vio forzada a dejar su cuenta en Twitter harta de la catarata de señalamientos en su contra por la orden de retener la ayuda entrante al estado para obligar con la fuerza pública entregarla en las bodegas de la institución a su cargo.
Fue el acabose a la paciencia de una sociedad lacerada. La herida propiciada por el gobierno de Graco Ramírez ardió más que la del sismo.
Por primera vez grupos ciudadanos se movilizaron para desafiar a la administración perredista. El temblor despertó la indignación social y miles pasaron de la queja pasiva a la activa, impulsados por el instinto de ayudar.
Tampoco fue una marcha de protesta como otras tantas, ahora sucedió el mayor temor de cualquier régimen autoritario: el alzamiento social con la fuerza de la mayoría y además fueron personas desarmadas, movidas con la furia de sentirse vejados cual criminales.
La policía no pudo disuadir a ciudadanos comunes llamados a través de las redes sociales para evitar que los uniformados de Graco decomisaran los víveres. Los videos recogidos en estas acciones van acompañados de expresiones como “miren lo que tenenemos que hacer para poder llevar la ayuda donada directamente a los afectados”.
Obviaron que con su orden de retener camiones vapulearon a ciudadanos de otros estados y si aquí la sociedad se ha mal acostumbrado a los tratos autoritarios del gobierno graquista, la gente de afuera no.
La respuesta oficial a la movilización social no podía ser otra: son saqueadores y vamos a llevarlos a la cárcel.
Por fin lo lograron las huestes del gobernador y el régimen morelense: ya están en la palestra nacional e internacional. Se habla de ellos en casi todos los diarios de la república, prensa hispana estadounidense, portales noticiosos, televisoras y radiodifusoras, además de millones de expresiones de repudio en redes sociales.
Del último gobernador que se habló tanto (y mal) fue Javier Duarte de Ochoa.
Craso error.