
Gestión de desastres naturales
Juan “N” tiene 56 años, es la cabeza de una familia de siete integrantes arrinconados en una casa a medio terminar en la colonia Año de Juárez, en Cuautla, Morelos. Hace 12 meses perdió su parcela, sustento que hacía con su hijo Heberto de 23 y los ha hundido en un mar de deudas, al borde del colapso alimentario.
Ambos iban con dos primos a “trabajar la parcela” cada cuatro meses en la serranía de Guerrero. El cultivo y trasiego de amapola les dio sustento 10 años hasta el incidente de Ayotzinapa, a partir de entonces todo cambió.
Juan lo describe como la noche que “los wachos” –militares- y federales –policías- le abrieron paso a otros grupos delincuenciales de la hirviente montaña guerrerense para tomar control de los prolíficos cultivos de amapola.
“Toda la zona cambió de ‘protección´y los nuevos que llegaron se pusieron mas cabrones, no nos dejaban venirnos, nos pegaron y encerraron. Nos dijeron que ahora íbamos a trabajar para el nuevo mando pero nos estaban esclavizando”, relata Heberto con aire de quien ya da perdida la causa.
La última incursión a la montaña fue la advertencia para esta familia mitad morelense mitad guerrerense a no volver a la tierra que “rentaban” a producir la goma base para la heroína.
Ellos como miles mas de productores de amapola son el primer eslabón hacia una droga que otras manos venden 500% mas cara en el mercado negro de Estados Unidos.
Los 2000 metros de la parcela de Juan le redituaba 40 mil pesos por la entrega del producto en los límites de ambas entidades -entre Miacatlán y Cacahuamilpa- (ya cubierto incluso el soborno a policías federales).
Sin embargo, transformada en heroína, la “goma” producida por Juan derivaba en ganancias de 100 mil dólares, esas cifras nunca las iba a ver de todas maneras.
En abril de 2015 aceptaron trabajar la misma parcela pero ya sin cubrir renta ni llevarse el producto, únicamente serían ellos mano de cultivo y les prometieron 10 mil pesos a cada uno de los tres que se presentaron.
Pero al segundo día del trabajo bajo el infernal calor descubrieron que no eran trabajadores sino esclavos.
Al acudir con los capataces armados a pedir su paga proporcional del día con intención de retirarse fueron puestos de rodillas con armas sobre las nucas. Les golpearon hasta dejar desmayado al primo de Heberto, un chico llamado Carlos de 19 años y de quien no saben nada hasta ahora.
Esa noche durmieron en un cuarto de no mas de 50 metros hacinados con otros 80 sometidos. Para la sed les suministraron raciones de agua sucia – aderezada con orines en reprimenda por haber levantado la cabeza- y como cena papas “sabritas”.
A las 7 de la mañana ya eran levantados con gritos y corte de cartucho para reanudar las pesadas labores de las parcelas.
La alerta de que estaba por la zona una patrulla militar con ordenes de bajar al menos a diez detenidos para el asunto de la prensa provocó confusión entre los centinelas y capataces, terminaron en discusiones al calor del ambiente y el nerviosismo.
La junta de sujetos armados fue la oportunidad de Juan para tomar a su hijo y escurrirse entre los plantíos con las fuerzas restantes en aquel atardecer y rodar cuales piedras por laderas.
Antes de emprender la huida Juan buscó solo con la mirada a su sobrino Carlos, imposibilitado de llamarle con la voz. No lo pudo ubicar, desde la golpiza la noche anterior Carlos quedó dañado y obligado a los trabajos forzados a 40 grados de temperatura lo mas probable es que estuviera tendido inconsciente entre las matas.
Durante la huida Juan le decía Heberto que oyera cuanto fuera no dejara de moverse y evitara los caminos de tierra. Eso les provocó heridas en las extremidades por plantas espinosas, piedras y las constantes caídas.
El amplio conocimiento de Juan sobre la zona le indicó que debía huir en dirección contraria al camino habitual por donde subió a la parcela en los últimos 10 años. Su instinto lo llevó hacia una ruta mas larga, en dirección a Oaxaca con Heberto deshecho al hombro.
Al cabo de tres noches llegaron a San Miguel, Oaxaca, y logró conseguir hacer una llamada a Cuautla para pedir ayuda. Sus familiares los fueron a traer pero el regreso lo hicieron de Huajuapan de León a Izúcar de Matamoros y finalmente volver a Cuautla.
A un año de la pesadilla las marcas en la piel prevalecen. Nadie se atreve a ir a esa montaña de esclavitud para conocer la suerte de Carlos y, como describen, el intento es entregarse al matadero.
Como la familia de Juan, en lo que eran los bordes municipales de Cuautla y Yautepec está asentada otra decena de familias guerrerenses que ocupaban el mismo oficio. Ya nadie se atreve a volver al cerro pero ahora el desempleo y desabasto han generado reacciones “necesarias” para subsistir.
Heberto se emplea como chofer de taxi y no se quita la idea de volver al negocio de las drogas ante la baja de ingresos sufrida. Juan, su padre, vende cartones de cigarros y alcohol que trae desde Tepito con la duda de la piratería.
El gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo, propuso regular los cultivos de amapola para “aliviar la pobreza de los campesinos de la región”.
Al preguntarle a Juan sobre estas propuestas, por primera vez en toda la conversación sonrió. Una sonrisa que me dijo de una forma elegante “no mames”.