
Lamenta Gobierno de Morelos fallecimiento del artista Rafael Cauduro
CUERNAVACA, Mor, 28 de enero de 2015.- “Tu cumple no lo hacemos hoy porque no hay nadie, están todos de vacaciones”, me decían. Los que nacimos en esta bocamanga del mundo, entre diciembre y febrero, además de ser hijos de valientes mujeres que dieron a luz en jornadas de más de 37 grados, perdimos la ilusión antes que los demás.
La realidad se nos presentó desnuda cuando ni siquiera habíamos descubierto nuestro propio cuerpo. Somos los niños que nunca fueron especiales, porque muchas veces fuimos privados de lo único que le pertenece sólo a una persona una vez al año: su día.
Nunca tuvimos fiesta sorpresa -la convocatoria deprimiría al más optimista-, hemos recibido algún regalo “más grande, porque vale por tu cumple y Reyes” y festejado dos meses después para que esté nuestro mejor amigo, que veraneaba lejos.
Contra toda superstición, también lo hicimos un mes antes, sumándonos al cumple de otro chico del colegio con el que compartimos grupo de amigos, simplemente para que estén todos. ¿Que estén todos? ¿Un mes antes?
Hubo años en los que festejamos el día que había que festejar. Era hermoso, aunque se daba una postal que sólo nosotros ignorábamos que era muy triste.
Nos dábamos cuenta recién en marzo; mientras a ellos los rodeaban amigos que se abalanzaban sobre la torta y los ayudaban a apagar las velitas, nosotros nos la pasábamos al lado del teléfono.
Cuando aún no había celulares, familia y amigos llamaban la noche de nuestro cumpleaños al teléfono de línea de casa. Desde Villa Gesell, Mar del Plata, Mar de Ajó, Mendoza: los nuestros siempre fueron festejos federales. Desde las cabinas de locutorios, tíos y primos hacían un pasamanos histérico, a los gritos. Colgábamos.
Y entonces sonaba de nuevo la campanilla. “¡Hace diez minutos que quiero entrar! ¡Feliz cumple!”, decía alguien. Colgábamos. Y de nuevo. “¡Que los cumplas feliz! ¿Cómo la estás pasando?”. Y así sin parar pero desde las 20, porque más temprano no pasaba. De más grande supe por qué.
Fue como ver a Papá Noel en pijama: a las 20 comenzaba la tarifa telefónica reducida. ¡Ratas!