![](https://morelos.quadratin.com.mx/www/wp-content/uploads/2025/02/IMG_5861-107x70.jpeg)
Cuauhtémoc marca la ruta
Me consume la prisa por llegar a mi cita, por llegar a tiempo. Hago la parada a un taxi, lo abordo. El chofer es un joven de 23 años. A todo volumen, retumban narcocorridos en las bocinas de la unidad. No son canciones de Los Tigres del Norte, Los Tucanes de Tijuana o Ramón Ayala y Los Bravos del Norte, sino de grupos nuevos, desconocidos para mis oídos.
Al ritmo de los géneros norteño y banda, las voces pronuncian palabras macabras como “descuartizados”, “tortura”, “tambo con ácido”. Durante el trayecto, el chico canta algunas de ellas, no se sabe todas. Simula tocar el acordeón cuando dicho instrumento se escucha en las canciones. Lo toca emocionado.
-Disculpa, ¿quién canta eso?
-No lo sé. El taxi es de mi tío y luego deja sus discos aquí, por eso los oigo.
Comparte que dichas canciones se le hacen “chingonas” porque hablan de “puro chingón”. Roto el hielo entre pasajero y chofer, el chico se apodera de la plática para convertirla en un monólogo, en un resquicio oral para desnudar sus sueños. Considera que el estudio no es para él, que no se le da. Por lo que le han contado, y ha visto, de nada sirve ser un profesionista. De nada sirve estudiar para no encontrar trabajo, un buen salario y ejercer dignamente una profesión.
-El taxi no me da mucho, pero sí me deja más que a un licenciado. La neta no quiero ser taxista toda mi vida, ni Dios lo mande. Quiero algo cabrón, me gustaría forrarme de billetes. Me gustaría tener poder.
Su concepto de poder se basa en lo que ha escuchado en los narcocorridos. Desea tener una pistola escuadra con cachas de oro, un cuerno de chivo niquelado en oro con incrustaciones de diamante, ropa de marca, botas de cocodrilo, vinos y licores que no sean un “pinche bacacho blanco”, mujeres bellísimas y de cuerpos esculturales, polvo. Desea ser un jefe de jefes pudiendo pronunciar sin temor: “Aquí mando yo, mi ley”.
Quiere conocer todo el mundo viajando en los mejores aviones y yates, hospedarse en los hoteles más lujosos, beber en bares de primer nivel, vestirse en las boutiques más prestigiadas. Imponer respeto en todo lugar que pise y que la gente se rinda a sus pies. ¿Y por qué no? Pagar para que le compongan un corrido.
-No lo sé, lo estoy pensando. La neta no quiero ser taxista toda mi vida.
Ante el caos vial que nos envuelve, sugiere tomar otra ruta señalando que llegaremos más rápido. Accedo. En efecto, el breve atajo ha permitido que sea puntual en mi cita y para que el chico culmine su charla unilateral subrayando que se le antoja ser como “uno de los chingones” que citan en los narcocorridos; que eso lo piensa por ahora, que mañana quién sabe. Se despide obsequiándome bendiciones, hago lo propio.