![](https://morelos.quadratin.com.mx/www/wp-content/uploads/2025/02/IMG_5861-107x70.jpeg)
Cuauhtémoc marca la ruta
A diferencia de ocasiones anteriores, la caminata dominical resultó incompleta. Algo faltó en el ambiente, algo que a menudo me acompaña y que al estar ausente incrementa su valor. Extrañé No lo escuché, no lo vi.
Cuestionándome dónde andaría alegrando oídos y cobijando pasos ajenos a través de notas, reflexioné sobre la importancia de su presencia en diversos espacios de la urbe.
Calles, avenidas, parques y plazas públicas, son hogares de un hombre que no daña a nadie. Por el contrario, ameniza y aligera el ajetreado ritmo citadino, además de evocar los tiempos amorosos narrados por nuestros padres y abuelos permitiéndonos viajar en una memoria prestada y que, en algunos casos, derivó en nuestra existencia.
Con su caja embriagada de melodías, estirando su sombrero para recibir unas monedas, el organillero hace de la banqueta una catedral en movimiento para ofrendar su oficio. No obliga, no impone, no grita. Mediante la música nos invita a formar parte de una tradición vigente pero que poco a poco cuenta con menos organillos. Ante la ingratitud del tiempo y el olvido, se conserva, se Sé que volveré a verlo, y será entonces cuando le brinde completa atención, agradeciéndole con una sonrisa y algunas monedas su noble oficio. Si bien ya lo había hecho antes, la próxima vez lo haré con un panorama nostálgico distinto, con mayor arraigo hacia su trajín. “¿Cuál sonido citadino extrañarías si llegara a desaparecer?”, me pregunté. “El día que ya no escuches el organillo, lo extrañarás”, respondí. Y así fue al menos por un domingo; lo extrañé.
Ya lo cantaba Javier Solís: “Amigo organillero, arranca con tus notas pedazos de mi alma”. Que siga, que no cese de arrancar pedazos, y de alegrar almas enteras.